Álvaro
Cueva
Diario
Milenio
Hace mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una
telenovela mexicana como estoy gozando de Pasión
de El Canal de las Estrellas.
¿Por qué? Porque en los últimos años los
melodramas nacionales habían caído en una suerte
de repetición, conformismo, burocracia y
mediocridad.
Pasión es todo lo contrario, es originalidad,
riesgo, esfuerzo, compromiso y calidad. ¿Pero sabe
qué es lo más admirable de ella? Que es una
telenovela ‘perversa’.
No sé usted, pero yo la veo y siento como si
estuviera leyendo una novela del Marqués de Sade
donde, por un lado, veamos a una pobre chava
(Camila, Susana González) que, por defender a capa
y espada su virtud, le va como en feria.
Y por el otro, a una megahembra lujuriosa,
pecadora y de lo peor (Úrsula, Maya Mishalska) que
por defender con uñas y dientes los placeres de la
carne, le va rebien.
Esto es una revolución en términos de contenido,
una crítica a la doble moral, una oda al placer,
una historia de María Zarattini (adaptadora de
Corazón salvaje, 1993) que vale la pena celebrar.
¿Qué tiene de bueno esto si se supone que la
televisión mexicana es conservadora y lo
‘perverso’, negativo?
Que en estos tiempos se ha redescubierto que lo
que ancestralmente era bueno tiene mucho de
estúpido, y que lo que tradicionalmente era malo
no era tan peor como parecía.
Échele usted por favor un ojo a algunas de las más
famosas series de televisión del mundo como Sex
and the city, Los Soprano y Nip/tuck y encontrará
exactamente el mismo intercambio de valores.
¿Pero no es un riesgo esto de que lo bueno se
convierta en malo y lo malo en bueno?
Al contrario, es una verdadera lección de moral,
es decirnos: no te dejes llevar por las
apariencias, en todas partes hay de todo, a ti te
corresponde descubrirlo y progresar.
Pasión es más profunda de lo que parece, porque
además de que pasan 45 mil aventuras por capítulo,
ver lo que le sucedía a esas generaciones de hace
más de 300 años que de repente perdían a sus
parejas, a sus padres, a sus hijos, la salud, la
libertad y hasta la vida, es una experiencia
ultrapositiva.
¿Por qué? Porque toda esa fragilidad nos enseña a
valorar algo tan fantástico y olvidado como es la
vida, y porque toda esa inestabilidad nos invita a
apreciar la maravilla de época en la que vivimos.
Por si esto fuera poco, la productora Carla
Estrada y su equipo de colaboradores han montado
un espectáculo emocionantísimo y sensacional
alrededor de este proyecto.
En Pasión hemos visto lo que jamás se había hecho
en la televisión mexicana, desde batallas navales
hasta tormentas en alta mar pasando por temas
hiperescabrosos como el de un gobierno que no sólo
no combate a la delincuencia, sino que es la
delincuencia misma.
¿Y qué me dice del reparto? Yo tendría que ser un
auténtico irresponsable para no aplaudirle, desde
aquí, a esas actuaciones especiales que se
aventaron Emoé de la Parra, el maestrazo Germán
Robles y don Rafael Inclán.
¡Qué proyección! ¡Qué talento!
Me podría pasar toda la semana escribiéndole nada
más del trabajo de José Elías Moreno, Juan
Ferrara, Rocío Banquells, Maty Huitrón o Alberto
Estrella, de lo glorioso que está Fernando
Colunga, de lo cambiada que está Susana González o
de lo bien que están lanzamientos como Marisol del
Olmo (Jimena), Marcelo Córdoba (Ascanio) y Carlos
López Estrada (Claudio).
Pero antes de que se me acabe el espacio, quisiera
destacar detalles geniales como el tic que Justo
(Raymundo Capetillo) tiene en un ojo, el lunar
cosmético de Fortunata (Gaby Rivero) que en cada
escena cambia de lugar o que Lisabeta (Daniela
Castro) está peor que Remi de tanto que llora por
capítulo.
Igual, ¿ya notó lo bien que están relacionadas las
subtramas y los personajes de este melodrama
seriado? ¡Hasta Sofía (Mariana Karr) quiere con
Justo!
Pasión es una gran telenovela. Luche por verla sin
dejar de apreciar todo lo que hay detrás de ella.
De veras.
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